¿CÓMO LO HACE DANIEL FOPIANI?

Por Felix

Corría el año 2017 cuando el premio Valencia Nova de Narrativa recaía en la obra La carcoma, de Daniel Fopiani, un sargento de Infantería de Marina que ya había obtenido varios galardones en la modalidad de relato.

El éxito de su primera novela fue tan rotundo, que Fopiani fichó por Espasa, donde hasta la fecha ha publicado dos novelas, La melodía de la oscuridad y El corazón de los ahogados, a cada cual más adictiva y extrema. En esta entrevista, el autor gaditano nos revela los secretos de su escritura.

 

¿Desde cuándo tuviste claro que querías ser escritor?

Siempre he tenido un libro entre las manos desde que tengo uso de razón. Me siento mucho más cómodo al considerarme lector que escritor y, viéndolo ahora desde la distancia, me cuesta encontrar un momento concreto en el que empezase a tener claro que quería ser escritor. Es cierto que, a los quince o dieciséis años, comencé a escribir mis primeros cuentos y relatos cortos, pero creo que lo hacía por plena curiosidad, para experimentar conmigo mismo y ver si era capaz de conseguir algo parecido a lo que hacían los escritores a los que alababa de pequeño.
Por entonces, mis textos apenas rozaban el elogio de mi madre y de mi abuela, pero como ya se ha dicho en repetidas ocasiones, el oficio de la escritura funciona como una droga de la que es imposible desintoxicarse. A los años de comenzar a escribir, gané mi primer premio literario con uno de mis relatos. Me obsequiaron con un bolígrafo de plástico y un pendrive de 512 megas, pero aquel fue uno de los días más felices de mi vida. Por primera vez, un jurado había valorado mi texto de manera positiva. Si realmente existe un punto de inflexión en mi trayectoria en el que se revele mi vocación por la escritura, quizá fuese ese.
Aquel premio tan humilde sirvió como una palmadita en la espalda. Esa pequeña dosis de confianza que muchas veces necesita el escritor novel para seguir arrugando páginas y encestándolas en la papelera.

¿Cómo eliges la idea para una novela?

A lo largo de la vida de cualquier escritor surgen un sin fin de ideas potenciales. Pero siempre hay alguna que brilla sobre las demás, que rebota dentro de nuestro cráneo y amenaza con no parar de hacerlo hasta que sea vomitada sobre el papel.
Esas son las que intento explotar en las novelas que tengo publicadas hasta el momento, aunque mentiría si digo que las elijo yo. Siempre he tenido la sensación de que son ellas mismas las que toman las decisiones. Sin embargo, si está en mi mano trabajar estas ideas y acompañarlas con unos personajes bien desarrollados. Una muestra de todo lo que me queda por aprender de la literatura: fue hace poco cuando descubrí que lo más importante de una buena novela, tal y como está la lectura hoy día, no es la trama en sí, si no los personajes.

¿Cómo te llevas con la inspiración?

Me jode mucho decir esto, pero es cierto que a día de hoy nunca he sentido que me haya fallado la inspiración. De lo que siempre ando corto es de tiempo. Cada vez le doy más valor al paso de las manecillas del reloj y supongo que esto le ocurre a todo el mundo cuando se va haciendo viejo.
El caso es que, cuando me siento delante del papel, escribo. No soy de esos escritores que sufren el bloqueo delante del cursor parpadeante del procesador de textos. Me entran calores solo de pensar lo que debe ser ese sufrimiento. La única explicación que puedo encontrarle a esto es que el escritor no solo escribe cuando está sentado delante de su libreta o del ordenador, lo hace mientras friega los platos, barre el suelo o sale a correr por las mañanas.
Me preocupo por tener las cosas medianamente claras cuando me siento a machacar las teclas, por lo que escribo de una manera más o menos fluida.
Escribir es trabajo y horas de dedicación. No creo que haya ningún otro secreto místico.

¿Cómo te documentas para tus novelas?

He de reconocer que, a ratos, es el proceso que menos disfruto de mis novelas. Quizá por eso no me haya atrevido aún a escribir ninguna histórica. Me divierte mucho más el juego literario, retorcer las palabras y maquillar los conceptos. No obstante, soy consciente de que es imposible escribir cualquier historia sin el auxilio de información que, por norma general, el escritor suele desconocer.
Tengo la suerte de contar en todas mis novelas con el asesoramiento de un sargento de la Guardia Civil destinado en la Policía Judicial y un agente encuadrado en una unidad de investigación. Por lo que tengo todos los procedimientos policiales actualizados por el precio de una cerveza. Para todos los demás asuntos, suelo recopilar información en el buscador de Google, para luego saber como contrastarlas con personas de carne y hueso que sean expertos sobre el tema en cuestión. En mi primera novela, La Carcoma (Ed.Versátil, 2017), estuve trabajando codo con codo con una de mis antiguas profesoras de química, para resolver uno de los problemas finales. Durante la escritura de mi segunda novela, La melodía de la oscuridad (Ed.Espasa, 2019), estuve como voluntario varias semanas en asociaciones de discapacitados para conocer en primera persona los pormenores de la invidencia.

¿Qué tipo de escritor eres, de los que escriben con brújula, es decir, sin rumbo fijo, o de los que escriben con mapa, diseñando la trama al milímetro?

Con esto ocurre que cada novela es un mundo. Recuerdo que escribí La Carcoma sabiendo perfectamente qué es lo que iba a ocurrir en cada capítulo. Tenía la trama totalmente controlada y pocas variaciones sufrió la obra final con la primera escaleta que tenía preparada en una de mis libretas Moleskine. Con La melodía de la oscuridad fue todo muy distinto. Tenía en mi cabeza la idea principal, que era la de escribir una novela desde la perspectiva de un detective invidente, también sabía que el asesino en cuestión iba a ir realizando los crímenes en relación a los doce trabajos de Hércules, pero poco más. Es como si hubiese dejado a los personajes sueltos y ellos mismos elaborasen la trama.
No he seguido el mismo método de trabajo en ninguna de mis novelas.
De hecho, creo que la que estoy escribiendo ahora no se ajusta a ninguna de las dos anteriores. Quizá sea un escritor con mapa, pero que a veces lo guarda en la mochila para dejarse llevar por sus instintos.

¿Cuántos borradores sueles hacer de tus novelas?

En ocasiones me sorprende el ritmo de escritura que tienen algunos escritores. Yo tardo una media de año o año y medio en escribir una novela de trescientas cincuenta páginas. A veces miro el reloj, veo que han pasado tres horas, y que solo he escrito dos hojas. Y no es que me falte la inspiración, como he dicho anteriormente, ni que me distraiga de mi trabajo, si no que revuelvo, borro y reescribo cada línea como si fuese la definitiva.
Es evidente que esto no es así. Después de ponerle el punto y final le doy tres o cuatro vueltas a la novela antes de enviársela a un corrector profesional. Pero sí me gustaría recalcar que voy escribiendo con seguridad. No hay nada que me frustre más que leer un texto del día anterior y ver que no se puede aprovechar nada de él. Prefiero avanzar más lento pero el trabajo más o menos revisado.

¿Cuál es tu rutina de escritura?

Suelo escribir por las tardes, cuando el trabajo me lo permite, claro. Estoy muy lejos de conseguir esa regularidad en la escritura con la que todo escritor sueña, pero intento dedicarle un par de horas al día como mínimo. Si no lo hago, como ocurre en más de una ocasión, siento remordimiento de consciencia cuando cierro los ojos por la noche. Como si no hubiese aprovechado bien el día. Es una maldición que me persigue desde que escribí mi primer relato y espero que, con los años, se vaya difuminando. Os puedo asegurar que es una verdadera tortura.
Ahora que estoy destinado en Cartagena y me encuentro fuera de casa, intento salir de la residencia militar y escribir en ese tipo de locales de decoración vanguardista que te cobran cuatro euros por el café. El orden y la limpieza son imprescindibles para que pueda concentrarme en la pantalla del ordenador. Nunca escucho música mientras escribo y el teléfono móvil lo guardo donde no pueda verlo ni con el rabillo del ojo.

¿Escribes pensando en el mercado actual o lo haces solo para ti?

Madre mía, esta pregunta sí que es para desahogarse con un par de cervezas por delante.
Imagino que, como todo el mundo, comencé a escribir sin pensar en el mercado editorial. Trabajaba mi estilo con historias que me apetecía escribir, preocupado exclusivamente por el ritmo, la narrativa y la estructura de mi obra. Pensaba que, si una novela estaba bien escrita y era correcta, encontraría editorial que la publicase tarde o temprano.
La inocencia del principiante.
Tuve suerte, porque mi primer manuscrito resultó ser ganador del Premio Valencia nova de Narrativa y finalmente fue publicado. Fue con el paso del tiempo cuando descubrí que esto no siempre funciona así, que las editoriales son, a fin de cuentas, empresas que miran el resultado en ventas de la obra, por lo que van buscando un producto que destaque entre los cientos de títulos que se publican mensualmente en España.
La narrativa, la voz, el estilo de un escritor son importantes, claro que sí. Pero hay otros factores que los editores también tienen en cuenta y que el escritor novel desconoce, a menos que sea tremendamente avispado.
Creo que ya lo he dicho anteriormente: mi sueño siempre ha sido ser escritor. Escritor de verdad. Por lo que me debo a mi oficio y escribiré siempre desde la honestidad, la verdad y el respeto a las letras. No obstante, he aprendido que hay ciertos requisitos que tiene que cumplir una historia para que sea atractiva para el lector medio y, por lo tanto, para las editoriales.
Creo que el secreto reside en encontrar la balanza que equilibra los dos extremos. Escribir para uno mismo y para los lectores.

Durante el periodo de escritura, ¿enseñas tu trabajo a alguien o lo guardas como un secreto? Y una vez terminas la novela, ¿recurres a lectores cero que te den unas primeras valoraciones o prefieres que directamente sea tu editor quien te corrija?

No me gusta enseñar nada sobre lo que estoy trabajando hasta que esté terminado. La primera persona que lee mis textos es mi pareja, y lo hace una vez que lo he corregido unas noventa y nueve veces. Antes de enviarlo a mi editor, o a mi agente, suelo pagar una corrección profesional. En los últimos años he trabajado con la Asesoría Literaria de Daniel Heredia y puedo decir que, hasta el momento, no me ha ido del todo mal. Este tipo de correcciones siempre las tomo como una inversión. Hay que preocuparse porque el texto llegue a la editorial o al jurado de un concurso con la mayor profesionalidad posible.

¿Qué experiencia tuviste con la publicación de tu primera obra?

Mi primera obra fue un libro de relatos que autopubliqué con apenas veintiún años. Por entonces había ganado un par de certámenes literarios y creí oportuno publicar un libro con esos cuentos premiados. Ahora, con la perspectiva de los años, sé que aquello fue un gesto algo atrevido y vanidoso. El tema de la autopublicación podría generar un debate en el que no me gustaría extenderme demasiado. Solo diré que, por entonces, me sirvió para dar mis primeros pasos y ganar experiencia en todo aquello que envuelve la publicación de una obra. Empecé a recibir las primeras opiniones de los lectores, que es como los escritores aprendemos a fin de cuentas, presenté la novela en varios eventos, enfrentándome ante el público por primera vez en mi vida. Aprendí a generar un discurso y cogí confianza en mis primeras entrevistas en la televisión y la radio.
También llegaron los primeros palos del mundo editorial.
Creo que mi primer libro de relatos tuvo que ser algo parecido a lo que siente un luchador la primera vez que se sube a un ring.

Una vez que has publicado una novela, ¿vuelves la vista atrás deseando haberla escrito de otra manera o eres de los que se olvida del libro?

No puedo ni mirarla. Prefiero olvidar la obra, sus personajes y pasar página. Como dato curioso, diré que llevo toda la vida persiguiendo publicar en una editorial de primer nivel como puede ser Espasa. Cuando llegó el momento y recibí la caja de libros a mi casa, miré la portada, olí las páginas, vi que estaban todas las letras donde debían de estar y desde entonces, solo abro la novela cada vez que tengo la suerte de poder firmársela a cualquiera de mis lectores.

¿Cómo te imaginas tu vida si no hubieras apostado por ser escritor?

Me sentiría insatisfecho, quizá. Pero creo que sería mucho más feliz sin la eterna sensación de tener que vomitar historias. Es una obsesión. Una necesidad. Y el problema es que no hay elección ni vuelta atrás. Ya escogí la pastilla azul en su momento.

Y por último, lo que siempre pedimos a los entrevistados: ¿tu mejor consejo para los que empiezan a escribir, ese que es básico y sin el que, según tu opinión, no se puede ser escritor?

No soy nadie para dar consejos. Aún me queda mucho camino por recorrer y no hay un solo día en el que me siente delante del papel en blanco y no aprenda algo nuevo.
No obstante, mi corta experiencia me dice que, lo primero que tiene que hacer cualquiera que cometa el error de comenzar a escribir es leer. Leer mucho y disfrutar haciéndolo. Si no es así, deja de tener sentido el asunto.
Estar preparado para recibir la décima parte de lo que se espera, estar dispuesto a caerse una y otra vez, a desechar textos que días atrás nos parecía fabulosos, a trabajar y sacrificar horas de vida sin más recompensa que la de mejorar la técnica. Tener mentalidad ambiciosa y ser consciente de que siempre se puede hacer un poco mejor.
Hay que ser constante, fuerte. Tener la cantimplora llena de agua hasta el borde porque el camino es largo.
La satisfacción que se obtiene al ponerle el punto y final a una novela es directamente proporcional al tiempo que se haya invertido en ella. Así que hay que trabajar, corregir, machacar mucho. Solo así podremos estar orgullosos de lo que hemos escrito y podremos dormir con la conciencia tranquila.
Entonces, todo lo anterior habrá valido la pena.

 

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